Casas blancas del Alentejo con detalles azules, amarillos y tejados de terracota en Portugal

Casas blancas del Alentejo: el color que cuenta historias

Durante la primera etapa de la vuelta al mundo de Camu·Camu, en abril de 2025, y tras un día con muchos kilómetros recorridos, después de pasar de largo Lisboa con su caos de coches, nos adentramos en la provincia del Alentejo, al suroeste de Portugal. Hasta ese momento era para mí una región desconocida, y sin embargo su atmósfera me atrapó desde el primer instante. Y no solo por su costa preciosa y sus acantilados infinitos, sino también por sus pueblos blancos de calles estrechas y empedradas en colinas verdes o llanos, con encantadoras plazas llenas de terrazas y restaurantes, donde el olor a comida abre el apetito aunque sea a deshora, y donde todo parece ralentizarse.

Vista del pueblo de Aljezur con casas blancas de estilo alentejano en Portugal

Con razón Susa, la mujer alemana con la que nos alojamos, decidió a los 18 años que algún día viviría aquí, después de visitar la región en un viaje de juventud. Años después cumplió esa promesa y hoy reside en el Alentejo en una casa diseñada por ella misma. Allí me recibió y le hice una entrevista que pronto compartiré aquí. Su historia es un reflejo de lo que provoca esta tierra: un deseo de pertenecer, de echar raíces en un lugar que te envuelve.

El paisaje y las casas: una postal con sentido

El mar golpea con fuerza los acantilados, los faros vigilan, playas vírgenes se abren paso entre formaciones rocosas. Recorrimos la provincia de norte a sur por la carretera de la costa y pasamos por Vila Nova de Milfontes, Cabo Sardão, Cavaleiro, Odeceixe, Zambujeira do Mar y hasta Aljezur, ya en el Algarve pero con estética alentejana. En Cavaleiro cenamos en el Restaurante Rocamar, una recomendación de Susa, donde probamos pescado fresco y platos caseros en un ambiente sencillo y acogedor muy recomendable.

Lo salvaje del Cabo Sardão y el sonido del Atlántico sorprendieron, pero hubo algo que me llamó aún más la atención: las bajas casas blancas, impecables, con marcos azules y amarillos en puertas y ventanas, y tejados de terracota. Muchas parecían recién pintadas. Pronto descubrí que no se trataba solo de decoración casual: cada color guarda un propósito, una función práctica y un trasfondo cultural local.

Faro de Cabo Sardão y acantilados en la costa del Alentejo, Portugal

El simbolismo de los colores en el Alentejo

Calles y casas blancas en Vila Nova de Milfontes, Alentejo, Portugal
  • ⚪️ Blanco: el color dominante que no es solo estético: refleja la luz y protege del calor del verano, convirtiendo a las casas en refugios frescos frente al sol abrasador. Se lograba encalando las paredes con cal apagada, un material obtenido al hidratar la cal viva (óxido de calcio) con agua. Esta pasta blanca, al aplicarse en las fachadas, no solo daba luminosidad, sino que también desinfectaba y protegía los muros. Con el tiempo, la cal reaccionaba con el aire y se endurecía de nuevo, creando una capa resistente y duradera que mantiene frescas las casas no solo del Alentejo, sino también de muchas regiones del sur de la Península y del norte de Marruecos.
  • 🔵 Azul: suele enmarcar puertas y ventanas. Tradicionalmente se creía que alejaba insectos… y también malos espíritus. Hoy también es un recordatorio del cielo y del Atlántico que acompañan la región. Su origen estaba en los pigmentos minerales, como el óxido de cobalto, que se mezclaban con la cal para teñir los bordes de las casas.
  • 🟡 Amarillo/Ocre: también enmarcando puertas, ventanas y esquinas de casas. Simboliza prosperidad y protección divina, como un sello de buen augurio para los hogares. Se conseguía a partir de tierras y óxidos naturales, que al mezclarse con la cal daban ese tono dorado asociado al sol y a lo sagrado.
  • 🟠 Terracota: las tejas de barro cocido coronan las casas. Además de su función práctica de impermeabilizar, aportan un contraste cálido frente al blanco y conectan la arquitectura con el paisaje rural. El color nace de la arcilla cocida al horno, cuyo hierro natural le da esa tonalidad rojiza única.
Calles blancas y mar en Vila Nova de Cacela, pueblo costero de Portugal

No es solo tradición: también, a veces, norma

Lo interesante es que no todo depende de la voluntad de los vecinos. En muchos pueblos del Alentejo la tradición se ha convertido en regulaciones municipales que buscan preservar la identidad arquitectónica. En algunas zonas, estas normas incluyen la obligación de mantener las fachadas encaladas en blanco y los marcos en tonos tradicionales como el azul, el amarillo u otros ocres. Incluso el uso de las tejas de terracota se mantiene como elemento característico.

No es una regla general en toda la región —cada municipio establece sus propias directrices—, pero allí donde se aplican garantizan que la estética homogénea del Alentejo se conserve, convirtiendo a sus pueblos en una especie de “postal viva” que resiste al paso del tiempo.

 Vista de Vila Nova de Milfontes en la costa del Alentejo, Portugal

Un ritmo que atrapa

Caminar por estas calles tranquilas es comprender que cada color es más que decoración: es cultura, espiritualidad y práctica a la vez. El blanco refleja el sol, el azul conecta con el mar y espanta lo indeseado y el amarillo buena suerte.

Quizá por eso, después de recorrer kilómetros y kilómetros, lo que más permanece en la memoria no son solo los acantilados ni el sabor del pescado fresco, sino esa calma silenciosa que pintan las casas blancas del Alentejo. Una calma que me hace saber que volveré.

Vista panorámica de la Praia de Odeceixe en la costa del Alentejo, Portugal

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio