¿Queremos que los hórreos asturianos desaparezcan?

La primera etapa de la vuelta al mundo de Camu·Camu me llevó por Asturias, en el norte de España. Recorriéndola de este a oeste, algunos tramos por la costa y muchos otros por el interior, una edificación llamó mi atención por ser protagonista del paisaje. Son unas construcciones que no son casas, pero que durante siglos guardaron el alimento seco, fresco y protegido de una estación a otra. Y hoy, sin que muchos aún las conozcan, están en riesgo de desaparecer.

Hablo de los hórreos, típicos tanto en Asturias como en Galicia. Pero aquí hablaré de los hórreos asturianos, que se caracterizan por ser edificaciones cuadradas, de estructura de madera y cubierta a cuatro aguas, elevadas del suelo mediante pilares generalmente de piedra llamados «pegollus». El remate de estos pilares se encuentra rematado por unos dinteles de mayor sección llamados «muelas» o «tornarratos», que impedían que los roedores accedieran al interior. 

El acceso se hacía mediante una escalera de piedra, separada físicamente del suelo con el mismo propósito. Todo en ellos tiene una función: la forma, los materiales, la altura… Son un ejemplo de la arquitectura popular que tiene su origen en el siglo XVI, aunque la mayor parte fueron construidos en el XIX. Edificios pensados y diseñados desde la experiencia y para resolver una necesidad.

Encontramos dos tipos: los más pequeños, elevados sobre cuatro pilares (hórreos), y los más grandes, apoyados en más (paneras). En su origen se concibieron incluso como desmontables, considerándose muebles para las familias. Se construían íntegramente de madera y sin clavos, gracias a ensamblajes tradicionales. Según las necesidades de la familia, ya fuera por herencia o traslado, podían llevarlo consigo. Poco a poco empezaron a ser construcciones más sólidas, y no fue tan habitual su desmontaje.

Se construían en el mismo terreno que las viviendas, separados de la edificación principal pero bastante cercanos a ella para minimizar los recorridos para buscar comida durante el húmedo invierno. Pero la vida rural del norte peninsular ha cambiado mucho desde el siglo XIX. Cada vez menos personas viven del cultivo o la ganadería, ni necesitan almacenar provisiones, y por ese motivo muchos hórreos han dejado de servir para su uso original.

Algunos, por la falta de uso, se van deteriorando poco a poco. El mantenimiento de estos edificios cuesta mucho dinero si no se necesita esa superficie. Y es que algunos de los grandes rondan los cincuenta metros cuadrados o más. Por ello, no es extraño ver muchos en ruinas cuando se viaja por tierras asturianas.

Otros se van rehabilitando y transformando en alojamientos rurales, espacios habitables ya sean pequeñas viviendas o espacios anejos a ellas, talleres o salas de lectura. Pero aquí aparece el conflicto: la Ley 1/2001, de 6 de marzo, del Patrimonio Cultural del Principado de Asturias los declaró bienes etnográficos de interés cultural, lo que implica restricciones sobre su uso, modificación y demolición, y hasta obliga a sus propietarios a conservarlos. Por lo tanto, la normativa actual prohíbe cualquier otro uso que no sea el original, y van llegando las sanciones por parte de la administración a quienes los transforman.

Y aquí es donde me surgen las preguntas: ¿Cómo podemos conservar y, a la vez, adaptarnos a los nuevos tiempos? ¿Podemos adaptarlos sin traicionar su esencia?

Personalmente, creo que lo más triste no es que se conviertan en otra cosa y cambien su uso o función original, sino que se pierdan en silencio. Que lo que fue durante generaciones parte del paisaje y de la vida cotidiana alrededor de la casa se convierta en ruinas.

La buena noticia es que hay iniciativas y debates abiertos. Algunos colectivos y administraciones, entre ellos la Asociación del Hórreo, están buscando formas de regular su reutilización sin perder su valor patrimonial. Pero el camino aún no está claro, y mientras tanto, cada hórreo que se cae es un poco de historia perdida entre los más de 10.000 hórreos y paneras que se calcula que existen.

Desde Camu·Camu miro estos espacios con respeto y curiosidad. Me interesa la arquitectura cotidiana, la que habla de cómo vivimos, de lo que cuidamos, de lo que consideramos valioso y lo que éramos. 

Buscarles otra vida no creo que los desvirtúe. Al revés, haciendo intervenciones respetuosas, hechas con sensibilidad y ganas de que el patrimonio siga vivo, considero que es una manera de ponerlos en valor respetando lo que fueron y ya no se necesita.

¿Queremos que desaparezcan? Yo creo que mejor buscarles otra vida, y que sobrevivan. ¿Y tú?

Basado en información pública y lecturas recientes sobre el estado actual de los hórreos en Asturias.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio