¿Quién cocina en tu casa… y qué tiene que ver el plano?

¿Quién cocina en casa? Una pregunta que parece inocente e imparcial, pero que no lo es cuando hablamos de parejas heterosexuales en contextos occidentales. La cocina, muchas veces considerada el corazón a veces invisible de la casa ha sido durante generaciones el territorio de las mujeres. Y no por elección nuestra, ni porque se nos dé mejor cocinar ni nada por el estilo, sino por herencia de decisiones de generaciones pasadas que pocas veces cuestionamos. Y aunque en muchas casas las cosas han cambiado, o van cambiando, en muchas otras siguen siendo desiguales.

En un alto porcentaje de hogares, aún hoy, somos las mujeres quienes nos encargamos de planificar las comidas, hacer la compra, cocinar y, muchas veces, recoger. Todo esto, además de nuestros trabajos fuera de casa. Esta situación no solo genera una carga física obvia, sino también una carga mental constante: ¿Qué vamos a comer mañana? ¿Tengo todo lo que necesito? ¿Dónde puse la lista de la compra?

Desde el diseño arquitectónico, la cocina no ha sido solo una estancia funcional, sino también un símbolo. Durante décadas, las casas se diseñaban con cocinas cerradas, pequeñas, al fondo del pasillo y al lado del lavadero. Y sin quererlo, asumimos que el espacio que se nos concedía definía el rol que se esperaba de nosotras. Un tipo de arquitectura que reforzaba el aislamiento y la invisibilización del trabajo diario.

Como mujer y arquitecta, me pregunto qué hay detrás de esto y cómo puedo poner mi granito de arena para que el reparto de roles sea más igualitario… no solo a nivel social, donde tengo poco control, sino desde el diseño del espacio. La periodista Laura Sanginer lo tiene claro con su campaña #StopLosasDeHormigón, que pone nombre a esta sobrecarga silenciosa que muchas mujeres arrastran.

La llegada de las cocinas abiertas, conectadas con el salón o el comedor, supuso un cambio que parece menor, pero que ha tenido gran impacto en nuestras vidas. Las mujeres ya no estamos aisladas ni “castigadas” al fondo oscuro de la casa. La cocina se convierte en un espacio social, integrado y visible, que se comparte con todos los miembros de la familia y las visitas. Pero ¿basta con abrir el espacio para transformar los roles?

Sobre ello habla extensamente la arquitecta Zaida Muxí en su libro Mujeres, casas y ciudades: Más allá del umbral, donde analiza cómo la vivienda patriarcal ha consolidado una separación entre el espacio productivo, asociado a los hombres, y el espacio reproductivo o doméstico, asignado a las mujeres. Esta división, lejos de ser natural, es una construcción cultural que se ha reforzado desde hace siglos, desde las civilizaciones clásicas hasta la expansión del cristianismo. La forma en que habitamos, y diseñamos, nuestras casas no es neutra: expresa y perpetúa esas jerarquías de género. Según Muxí: “El espacio no es neutro y, por lo tanto, la manera en que se divide, se articula y se jerarquiza influye directamente en el desarrollo de las relaciones y las personas que lo habitan.”

Y no siempre fue así. En la casa medieval,, todas las actividades, como comer, dormir o trabajar, se realizaban en un mismo espacio, flexible y adaptable gracias a muebles móviles o plegables. La compartimentación del hogar en estancias fijas, monofuncionales y con roles de género asociados vino después, con la consolidación del modelo occidental de familia.

Algunas voces, como la de la arquitecta y teórica Anna Puigjaner, van más allá. En su proyecto Kitchenless City, propone eliminar las cocinas individuales de cada vivienda en favor de cocinas comunales, con el objetivo de redistribuir las tareas y liberar a las mujeres de su rol doméstico predeterminado. Cocinar, según Puigjaner, no debe ser una carga cotidiana impuesta, sino una actividad voluntaria, compartida o incluso profesionalizada. Así, cada hogar podría decidir si quiere una cocina o no, como quien elige tener, o no, una chimenea.

La idea, claro, genera debate. ¿Queremos renunciar a la cocina en el hogar? ¿O queremos reimaginarla y compartirla? Tal vez la clave no esté en quitar la cocina de las casas, sino en repensar su función.

Yo misma llevo unos meses profesionalizando la comida del día a día, gracias a una cocina comunitaria que hay en San Sebastián. Cocinamos cuando nos apetece en casa, y doy fe de que liberarse del peso diario del “¿qué comemos hoy?” da más energía para otras cosas que, personalmente, me llenan más.

Una cocina puede parecer solo una habitación con fogones, pero en realidad es un escenario donde se cocinan muchas de las desigualdades que vivimos muchas mujeres a diario.

Como dijo Gloria Steinem“Las mujeres no serán iguales fuera del hogar mientras los hombres no sean iguales dentro de él.”

¿Te has preguntado alguna vez quién cocina en tu casa… y por qué?

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